Un plan de rescate para el desarrollo sostenible
La Conferencia de Sevilla puede servir de impulso para recobrar la esperanza en la cooperación internacional y hacer realidad el desarrollo sostenible.
Este mes en Sevilla, España, se celebrará una reunión de dirigentes con una misión de rescate: mejorar la forma en que el mundo invierte en el desarrollo sostenible.
Lo que está en juego no podría ser más importante. Diez años después de que se aprobaran los Objetivos de Desarrollo Sostenible y se asumieran muchos compromisos mundiales para financiarlos, dos tercios de las metas están lejos de alcanzarse. Y el mundo se está quedando corto: cada año, faltan más de 4 billones de dólares en recursos que los países en desarrollo necesitan para que se hagan realidad esos compromisos de aquí a 2030.
Al mismo tiempo, la economía mundial se ralentiza, aumentan las tensiones comerciales, se reduce el presupuesto destinado a la ayuda al desarrollo, mientras el gasto militar se dispara, y la cooperación internacional se ve sometida a una presión sin precedentes.
La crisis del desarrollo mundial no es algo abstracto. Se mide en familias que se acuestan con hambre, niños y niñas sin vacunar, chicas obligadas a abandonar sus estudios y comunidades enteras privadas de servicios básicos.
Debemos cambiar de rumbo. Y ese cambio comienza en la Cuarta Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo que se celebrará en Sevilla, donde debe aprobarse un plan ambicioso y respaldado por el mundo entero para invertir en los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Este plan debe abarcar tres elementos esenciales.
En primer lugar, la Conferencia de Sevilla debe contribuir a que los recursos fluyan más deprisa hacia los países que más los necesitan. Con rapidez.
Los países deben tomar las riendas y movilizar recursos nacionales mejorando la recaudación de ingresos y combatiendo la evasión de impuestos, el blanqueo de dinero y los flujos financieros ilícitos mediante la cooperación internacional. De esta forma, se obtendrían unos recursos muy necesarios para priorizar el gasto en aquellos ámbitos que más repercusión tienen, como la educación, la atención de la salud, el empleo, la protección social, la seguridad alimentaria y la energía renovable.
Al mismo tiempo, los bancos nacionales, regionales y multilaterales de desarrollo tienen que unir fuerzas para financiar inversiones de gran calado.
A fin de respaldar ese esfuerzo, la capacidad de préstamo de estos bancos debe triplicarse, para que los países en desarrollo puedan acceder más fácilmente al capital en condiciones asequibles y con plazos más largos.
Este mayor acceso debe abarcar la recanalización de activos de reserva incondicionales —o derechos especiales de giro— hacia los países en desarrollo, preferiblemente a través de bancos multilaterales de desarrollo para multiplicar su efecto.
La inversión privada también es fundamental. Es posible desbloquear recursos facilitando el apoyo del de la financiación privada a proyectos de desarrollo financiables y promoviendo soluciones que mitiguen el riesgo cambiario y combinen la financiación pública y privada de forma más eficaz.
A lo largo de todo el proceso, los donantes deben cumplir sus promesas en materia de desarrollo.
En segundo lugar, debemos reparar el sistema mundial de deuda. Es injusto y está roto.
El actual sistema de préstamo es insostenible y los países en desarrollo confían poco en él, lo cual resulta fácil de entender. El servicio de la deuda es una apisonadora que destruye los logros del desarrollo, a un ritmo de más de 1,4 billones de dólares al año. Muchos Gobiernos se ven obligados a gastar más en el pago de la deuda que en servicios esenciales como la salud y la educación combinadas.
De la Conferencia de Sevilla deben salir medidas concretas para reducir los costos de endeudamiento, facilitar la reestructuración oportuna de la deuda de los países que arrastran cargas insostenibles y, ante todo, prevenir las crisis de la deuda.
Antes de la Conferencia, distintos países han presentado propuestas para aliviar la carga de la deuda de los países en desarrollo, por ejemplo: hacer que sea más fácil pausar el servicio de la deuda en situaciones de emergencia; crear un único registro de la deuda para fomentar la transparencia; y mejorar el modo en que el FMI, el Banco Mundial y las agencias de calificación crediticia evalúan el riesgo en los países en desarrollo.
Por último, la Conferencia de Sevilla debe servir para que resuene la voz de los países en desarrollo y se sienta su influencia en el sistema financiero internacional, a fin de que este responda mejor a sus necesidades.
Las instituciones financieras internacionales deben reformar sus estructuras de gobernanza para amplificar la voz y potenciar la participación de los países en desarrollo en la gestión de las instituciones de las que dependen.
El mundo también necesita un sistema tributario mundial más justo, al que den forma todos los Gobiernos, no solo los más ricos y poderosos.
La creación de un “club de prestatarios” para que los países coordinen sus planteamientos y aprendan los unos de los otros es otro paso alentador en la lucha contra los desequilibrios de poder.
La reunión de Sevilla no tiene que ver con la caridad. Tiene que ver con la justicia y con la construcción de un futuro en el que los países puedan salir adelante, construir, comerciar y prosperar juntos. En un mundo cada vez más interconectado, un futuro de poseedores y desposeídos nos aboca a una inseguridad mundial aún mayor que seguirá lastrando el progreso de todos.
Gracias a nuevos compromisos y medidas mundiales, la Conferencia de Sevilla puede servir de impulso para recobrar la esperanza en la cooperación internacional y hacer realidad el desarrollo sostenible para las personas y el planeta.
En Sevilla, los dirigentes deben unir fuerzas para lograr que esta misión de rescate sea un éxito.
Artículo de opinión publicado para el Perú en el diario El Comercio
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