Hoy recordamos a las mujeres, los niños y los hombres arrancados de sus seres queridos, obligados a trabajar en condiciones insufribles, sometidos a castigos crueles y privados de su dignidad y sus derechos humanos, y recordamos sus actos de resistencia y sus reivindicaciones de justicia.
Durante más de cuatro siglos, millones de africanos fueron secuestrados, destinados a la trata, sometidos a abusos y deshumanizados. Este horrendo negocio, que se sustentaba en la destructiva mentira de la supremacía blanca, permitió a muchos colonizadores, empresas e instituciones amasar fortunas incalculables.
Durante demasiado tiempo, esos actos inconcebibles han quedado relegados al silencio, sin recibir reconocimiento ni atención, aun cuando su legado sigue moldeando nuestro mundo. Muchos siguen lucrándose de las repugnantes ganancias extraídas de la esclavitud. El racismo sistémico ha calado en las instituciones, las culturas y los sistemas jurídicos y de diverso tipo. La exclusión, la discriminación racial y la violencia, profundamente arraigadas, siguen coartando la capacidad de muchos afrodescendientes para abrirse camino y prosperar.
Como nos recuerda el lema del Día Internacional de este año, reconocer los horrores de la trata transatlántica de esclavos es un paso esencial para afrontar el pasado, reparar el presente y forjar un futuro de dignidad y justicia para todos. Es imperativo que se establezcan marcos de justicia reparadora que aborden esta terrible historia y sus legados, y debemos acabar de una vez por todas con la lacra del racismo.
La dignidad humana de toda persona constituye la esencia de las Naciones Unidas. Siempre apoyaremos a todas las personas, dondequiera que estén, para combatir la discriminación racial y el odio, y para defender los derechos humanos y la dignidad de toda persona