Las mujeres que lideran la preservación de las tradiciones y la cultura agrícola de América Latina
El empoderamiento de lideresas es el motor de los Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM) en Brasil, Ecuador y Perú, reconocidos por la FAO
Andréia recorre una feria en Brasilia donde se venden las flores “siempre vivas” y otras artesanías que su comunidad recoge y produce mediante un método agrícola ancestral. Nelly coordina por teléfono una visita al aeropuerto de Quito para evaluar la posibilidad de exhibir las barras de chocolate que produjo su localidad de manera sostenible bajo el sistema de “chakras amazónicas”. Luzmila, junto a sus compañeras, selecciona cuidadosamente las ultimas semillas de papa producidas en sus huertos para llevarlas al banco de semillas de Puno en Perú, donde se asegura la biodiversidad de este alimento.
Las historias de estas tres mujeres dan cuenta del trabajo y el valor que han desarrollado en sus comunidades para aprovechar el potencial de su entorno y, al mismo tiempo, respetar y proteger los recursos sin explotarlos. Ellas son clave porque son quienes preservan el conocimiento tradicional que permite este equilibrio en los denominados Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM) en Brasil, Ecuador y Perú.
Los SIPAM, reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), forman parte un programa que ayuda a las comunidades rurales a salvaguardar sus sistemas agrícolas tradicionales, sus territorios, su biodiversidad, sus sistemas de conocimientos y las culturas asociadas a estos sistemas donde el empoderamiento de las mujeres es el motor de todo.
En América Latina, y en otras partes del mundo, las mujeres son protagonistas de la conservación y mejoramiento de la biodiversidad y, a la vez, aportan a los medios de vida de sus comunidades y a la seguridad alimentaria de sus familias y del mundo.
Fuerza vital en sus territorios, mujeres de distintas edades y etnias se han convertido en pilares del desarrollo local y contribuyen a generar resiliencia ante los desafíos del cambio climático.
Andréia Ferreira dos Santos, de recolectora de flores a defensora del patrimonio del Quilombo
Criada por su abuela en el Quilombo Raíz, ha pasado toda su vida recolectando las llamadas "siemprevivas", flores del cerrado brasileño con las que elabora ramos ornamentales de larga duración.
Recolectadas y secadas, estas flores son fundamentales para comunidades tradicionales de esta vasta ecorregión de sabana tropical en el este de Brasil, y por ello su sistema de cultivo y recolección fue reconocido en 2020 por la FAO como el primer Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM) en Brasil.
Andréia pertenece a la quinta generación del Quilombo fundado por su tatarabuela. Su identidad está profundamente arraigada en la Serra do Espinhaço, en Minas Gerais, donde su comunidad se gana la vida recolectando estas flores. Según ella, en cada temporada, que varía según la especie, una persona puede recolectar hasta una tonelada de flores, que se venden entre 25 y 70 reales (entre USD 5 y USD 12) el kilo.
Sin embargo, con la llegada del cultivo de eucalipto a la región en los años 2000, la monocultura fue reemplazando gradualmente los bosques y las flores. En busca de una alternativa de ingresos, la comunidad apostó por el desarrollo de artesanías. “El impacto cultural y económico fue muy grande. Una forma de mantener nuestro modo de vida fue agregar valor”, explica Andréia. Así fue como, desde 2006, el trabajo manual con capim-dourado del Quilombo Raíz llegó a ferias en todo Brasil e incluso a otros países.
Eso no significa que la actividad tradicional fue abandonada. “Sigue siendo importante y se transmite de generación en generación”, ya que forma parte de la cultura y el modo de vida de los quilombolas, explica Andréia. Con el objetivo de articular la defensa de los derechos de su comunidad, ella se unió a los movimientos sociales en 2014, cuando pasó a integrar la Comisión en Defensa de los Derechos de las Comunidades Extractivistas.
Esta movilización ayudó al Sistema de Agricultura Tradicional de Sierra do Espinhaço a obtener la certificación de la FAO, que, junto a otros reconocimientos del gobierno brasileño, dieron visibilidad a la comunidad, lo que contribuyó a detener la entrada de la minería en la región, evitando la contaminación del agua en los campos de recolección. “El reconocimiento de la FAO fue muy importante. La comunidad entiende que es mucho más valioso tener agua que dinero”. Con muchos logros hasta ahora, la comunidad sigue organizándose para garantizar sus derechos gracias a la destacada acción de las mujeres. Los liderazgos femeninos, como el de Andréia, son mayoría: “es una red de mujeres trabajando para que la comunidad se mantenga. La asociación está compuesta solo por mujeres. Están en todos los contextos”, celebra la líder.
Luzmila Mendoza, guardiana de semillas nativas y líder comunitaria por la agrobiodiversidad
Luzmila Mendoza es una de las nueve mujeres de la comunidad campesina Santa Rosa de Yanaque, en el distrito de Ácora, en la región peruana de Puno, quienes, a más de 4800 metros de altura sobre el nivel del mar, recuperan semillas originarias, herencia de sus ancestros, abuelas y madres, y las preservan para las futuras generaciones
“La semilla es como mi madre, la Pachamama”, asegura Luzmila, presidenta de “Productores Peruanos por la Agrobiodiversidad” y de la Asociación Yanaque. Para ella, cuidarlas va más allá de la supervivencia de su familia, tiene que ver con su empoderamiento y orgullo.
El valor de las semillas originarias es parte de la herencia cultural de algunos pueblos en América Latina, pero también representa el aporte que mujeres del campo como Luzmila ofrecen al mantenimiento de la seguridad alimentaria a nivel global.
Aunque los alimentos producto de la siembra de estas semillas tengan escaso valor en el comercio, Luzmila los cultiva y los comparte con su familia. “La semilla nativa de la quinua de colores es más nutritiva que la de la quinua blanca, pero tiene un precio de venta más bajo, por eso nosotros no las sembramos a gran escala, sólo para consumo familiar”, explica Luzmila.
Las productoras agrarias en Puno han recuperado más de 50 variedades de semillas nativas. Sólo Luzmila ha recuperado 26 variedades de papa, y distintas variedades de mashua, oca, olluco, cañihua y quinua nativa.
“Me siento orgullosa de haber recuperado, y de seguir conservando estas semillas nativas. Me gustaría que la demanda aumente para que las otras compañeras se animen a sembrarlas, porque son fuertes y resisten ante las heladas”, asegura Luzmila, dando cuenta del papel que las y los agricultores cumplen en las acciones de adaptación y mitigación ante el cambio climático.
Cuando Luzmila Mendoza se embarcó en la tarea de recuperación de semillas nativas, y estas produjeron papas, las mismas abuelas y abuelos del pueblo reconocieron variedades que hace mucho no tenían en sus mesas porque se pensaban extintas. “Mis abuelos usaban la papa Pintasqa, o la Pinta Milagros y la quinua Misa Jiwra junto a la Cantuta, para hacer ofrendas a la Pachamama, las que hasta hoy seguimos haciendo”, explica.
La Agricultura Andina de Perú, que se desarrolló hace más de 5.000 años y desde entonces ha continuado adaptándose al medio ambiente, fue reconocida por la FAO como SIPAM en 2011. Este conocimiento incluye terrazas, campos de cresta, sistemas de riego locales, herramientas y recursos genéticos endémicos, como la papa y la quinua, que se extienden por distintas altitudes.
En 2018, la asociación de productores que Luzmila representa fue contactada por el Proyecto para la Gestión sostenible de la agrobiodiversidad y recuperación de ecosistemas vulnerables en la región andina del Perú, de la FAO y financiado por el Fondo para el Medio Ambiente. A través del enfoque de SIPAM, la iniciativa trabajó junto a ellos la conservación de la biodiversidad en la chacra, revaloró sus prácticas tradicionales y diversificó sus procesos con asistencia técnica, articulando el trabajo de agricultoras y agricultores familiares,del gobierno central y los gobiernos locales, municipios, agrupaciones de productores agrecológicos y el Fondo Nacional para Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Profonape).
Entre las iniciativas concretas se encuentra la implementación de bancos de semillas familiares y comunales en cuatro regiones andinas del sur del Perú, entre ellas Puno, que han permitido que muchas mujeres se involucren y sean lideresas en sus comunidades.
Nelly Monar, gestora empresarial con raíces en la “chakra amazónica” ecuatoriana
Nelly Monar creció en una familia de ganaderos en Tena, provincia de Napo, región amazónica de Ecuador y estudió administración de empresas. Decidió dedicarse a la producción de barras de chocolate y su determinación, preparación y compromiso la llevaron a convertirse en la representante legal de la Asociación de Productores de cacao fino de aroma de Carlos Julio Arosemena Tola o más conocida como Asociación Tsatsayaku.
Su conocimiento del proceso de producción de chocolate va más allá de la gestión empresarial. En Tsatsayaku, Nelly aprendió desde el manejo del cultivo de cacao bajo el sistema agroforestal ancestral de la “chakra amazónica” hasta el trabajo diario de los técnicos encargados de garantizar tanto la calidad del grano como la de los productos de pasta de cacao, manteca de cacao, nibs de cacao, barras de chocolate y bombones artesanales.
La Asociación Tsatsayaku representa a cinco agrupaciones de productores cacao, wayusa, vainilla, plátano, sacha inchi y otros productos frescos de las provincias Napo y Orellana. Promueve la conservación del sistema ancestral “chakra amazónica”, así como el uso sostenible de los recursos naturales. En ella participan 2 400 familias, de las cuales, más de la mitad son mujeres y un cuarto son jóvenes.
Nelly cree que uno de los grandes desafíos en la organización es que más jóvenes se involucren. La migración, la minería ilegal y la deforestación, son problemas del día a día. Sin embargo, ella cree que hay oportunidades en la ruralidad y trabaja para que su organización se convierta en ese espacio de oportunidades que tantos jóvenes amazónicos anhelan.
Ella ha sido testigo de cómo muchas veces las personas provenientes de pueblos indígenas tienen más barreras que superar, y desde Tsatsayaku trabajan bajo un enfoque de interculturalidad. Nelly apuesta por su cantón, que es el equivalente a un municipio en Ecuador, y cree que la cooperación y la comunicación entre el gobierno y las instituciones internacionales debe fortalecerse.
La chakra amazónica fue reconocida por la FAO como SIPAM en 2023 por ser un modelo único en el que las familias gestionan los espacios productivos de manera sostenible desde una perspectiva orgánica y biodiversa, ofreciendo múltiples servicios a las poblaciones. Aquí, las comunidades kichwa y kijus han desarrollado un sistema de policultivo que incluye cacao junto con especies madereras, frutales, medicinales, artesanales, comestibles y ornamentales, así como otras actividades que incluyen la caza y productos forestales.
El rol de la mujer dentro de la chakra amazónica es clave: cuida de las plantas y se preocupa de su producción. Obtener el reconocimiento como SIPAM fue un orgullo sobre todo para ellas porque les permitió dar a conocer al mundo la cosmovisión kichwa y la cultura del cuidado que mantienen los pueblos indígenas para la reproducción de la vida en las chakras amazónicas y los bosques.
La visibilidad que le otorgó el reconocimiento como SIPAM a los orígenes de sus productos y la historia de productoras y productores, quienes apuestan por una economía sostenible y responsable, ha impactado en un mayor empoderamiento de éstos en la gestión de las chakras amazónicas y en la posibilidad de agregar todo el valor de las prácticas ancestrales de cultivo a un mayor precio final en las barras de chocolate.
Nelly Monar es una mujer que ha desafiado estereotipos y ha apostado por su gente. Su historia de vida es inspiradora: de amor por su tierra y su cultura, y de la convicción de que, a través del trabajo colectivo, la educación y el empoderamiento, es posible transformar el destino de una comunidad y ofrecer nuevas oportunidades a las futuras generaciones