Dos décadas desde el atentado contra la sede de la ONU en Bagdad: Es hora de cumplir la promesa de proteger a los trabajadores humanitarios
19 agosto 2023
Artículo de opinión del Secretario General Adjunto de Asuntos Humanitarios y Coordinador de Socorro de Emergencia, Martin Griffiths.
Este Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, conmemoramos los 20 años de aquel día siniestro en que terroristas detonaron una bomba suicida frente a la sede de la Naciones Unidas en el Hotel Canal de Bagdad, Irak, el 19 de agosto de 2003. Como dijo entonces el difunto Secretario General de la ONU, Kofi Annan, fue uno de los días más oscuros de la historia de la ONU. Todavía lo es.
Para mí, el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria siempre será una ocasión de emociones encontradas, emociones que me siguen resultando crudas.
Entre los caídos aquel día figuraba Sergio Vieira de Mello, que ejercía de Representante Especial del Secretario General de la ONU en Irak. Sergio no sólo era mi amigo, también era el padrino de mi hija.
Sergio estaba consagrado a las Naciones Unidas. Se incorporó a la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en 1969, poco después de salir de la universidad, y pasó el resto de su trágicamente corta vida en la ONU en puestos cada vez más altos. Trabajé con él por primera vez en 1996, cuando ocupó brevemente el cargo de Coordinador Humanitario Regional de la ONU para la Región de los Grandes Lagos, y yo fui su adjunto antes de asumir el cargo. Pero realmente llegué a conocerle cuando nos trasladamos juntos a Nueva York en 1998 para establecer la nueva Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA): él como Secretario General Adjunto de Asuntos Humanitarios y yo, otra vez, como su adjunto.
Llegamos a ser compañeros estrechos, unidos por una pasión común por las realidades de los dilemas humanitarios sobre el terreno y la forma de resolverlos. Como muchos de los mejores, la pasión de Sergio se basaba en su devoción por la Carta de las Naciones Unidas, de la que siempre llevaba consigo un ejemplar. Tenía una fuerza en su visión del mundo que hacía que su abogacía, y de hecho su oratoria, fueran aún más efectivas. También nos hicimos grandes amigos, y sigo orgulloso de que mi hija fuese su ahijada. Esta síntesis de confianza personal y colaboración profesional con Sergio hizo que su partida fuera tan traumática y a la vez tan formativa para mí, como para tantos otros. Su ejemplo me inspira ahora que desempeño el papel que él desempeñó hace tantos años.
Lo repentino y definitivo de la pérdida de Sergio me conmocionó profundamente. Me puso abruptamente cara a cara con la mortalidad, a pesar de mis muchos años trabajando en zonas de guerra. Hasta el día de hoy, le guardo luto.
En total, 22 personas murieron ese día y más de 100 resultaron heridas. Un buen número de estas personas eran personal de la ONU. Muchos de ellos eran iraquíes. Pero lo que les unía a todos era la misión de ayudar a Irak a recuperarse y reconstruirse como país.
Soy consciente de lo que esta conmemoración ha de significar para las familias, las amistades y los colegas de las personas afectadas aquel día, y de todas aquellas personas que han perdido la vida, han resultado heridas o han sido secuestradas en nombre de la causa humanitaria desde entonces. Y sé lo que significa para la comunidad humanitaria y para la comunidad de la ONU en general: la pérdida de uno de nosotros es una pérdida para todos nosotros. Comparto su duelo y su dolor.
También siento rabia. Rabia porque los responsables del atentado del Hotel Canal, y de la mayoría de los ataques contra trabajadores humanitarios desde entonces -y, de hecho, de los ataques contra trabajadores sanitarios y civiles en los conflictos- nunca han tenido que rendir cuentas. Rabia porque, año tras año, los trabajadores humanitarios siguen siendo objeto de ataques intencionales y son asesinados, heridos y secuestrados en el desempeño de su labor; más de 400 trabajadores humanitarios fueron víctimas el año pasado, la mayoría siendo personal nacional. La impunidad de estos crímenes es una cicatriz dolorosa en nuestra conciencia colectiva. Las palabras piadosas no marcan la diferencia, la marca la acción. Es hora de que cumplamos con lo que hablamos sobre la defensa del derecho internacional humanitario y la lucha contra la impunidad de las violaciones.
Pero mi mayor sentimiento este y todos los Días Mundiales Humanitarios es un profundo sentido del orgullo. Orgullo de haber trabajado con personas como Sergio. Y orgullo de formar parte de una organización y una comunidad que siguen dedicando sus vidas a ayudar a más personas que nunca en todo el mundo, en sus momentos de necesidad y a pesar de los riesgos y peligros.
En este Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, rindo homenaje a Sergio y a todos quienes perdieron la vida y resultaron heridos en el atentado del Hotel Canal hace 20 años. Rindo homenaje a todos aquellos que han sido asesinados, heridos y secuestrados en el transcurso de su servicio a la causa humanitaria. Y rindo homenaje a todos los que siguen sirviendo a los cientos de millones de personas necesitadas en todo el mundo, sin importar quién, dónde ni qué.
Como Coordinador de Socorro de Emergencia y Secretario General Adjunto de la ONU para Asuntos Humanitarios, mi promesa a los trabajadores humanitarios en el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria es la siguiente: Seguiremos abogando por su seguridad y protección mientras llevan a cabo su vital labor; ofreceremos un liderazgo sistemático y previsible en materia de acceso seguro a la ayuda humanitaria; seguiremos exigiendo que se rindan cuentas por las infracciones del derecho internacional humanitario; y haremos todo lo posible por atenderles cuando necesiten apoyo.
No podremos recuperar a quienes nos han sido arrebatados. Pero podemos honrar su memoria haciendo todo lo posible por apoyar a quienes continúan su labor.