La violencia sexual es una táctica aberrante que se utiliza para brutalizar, torturar y reprimir, y deja cicatrices en cuerpos, mentes y comunidades enteras.
El horror de estos crímenes atroces sigue resonando largo tiempo tras el final de los combates.
Con demasiada frecuencia, los agresores quedan libres, envueltos en la impunidad, mientras quienes sobreviven estas atrocidades suelen soportar la carga descomunal del estigma y el trauma. El dolor no se acaba en las víctimas. Se extiende a través del tiempo para asolar a generaciones de familias e impone un legado de trauma y sufrimiento a sus descendientes.
El tema central de este año son las profundas y duraderas heridas intergeneracionales de la violencia sexual relacionada con los conflictos. Para romper el ciclo, debemos enfrentarnos a los horrores del pasado, apoyar a sus supervivientes actuales, y proteger a las generaciones futuras del mismo destino.
Esto significa garantizar un acceso seguro a servicios vitales, centrados en los supervivientes y que tengan en cuenta el trauma; impartir justicia y exigir responsabilidades a los autores; y escuchar —y amplificar— las voces vitales de quienes han sobrevivido la violencia sexual relacionada con conflictos.
Unámonos para poner fin a este crimen atroz, exijamos justicia para sus supervivientes y mantengamos nuestro esfuerzo decisivo para acabar para siempre con el ciclo de la violencia.