Nuestros océanos no solo han configurado culturas, han despertado la imaginación y han suscitado admiración a lo largo de los siglos. Dan lugar al aire que respiramos, a los alimentos que comemos, a los puestos de trabajo que necesitamos y al clima del que dependemos.
Hoy, sin embargo, los océanos necesitan nuestra ayuda. Las llamadas de auxilio son claras: desde las aguas saturadas de plásticos hasta las poblaciones de peces al borde del colapso y la pérdida de ecosistemas marinos, pasando por el aumento constante de las temperaturas y la subida ininterrumpida del nivel del mar.
Tenemos el deber de sostener lo que nos sustenta.
Hay que acabar con la fantasía de que los océanos pueden absorber un sinfín de emisiones y residuos.
Debemos hacer inversiones ingentes en la ciencia, la conservación y la economía azul sostenible y prestar mucho más apoyo a las comunidades costeras, los Pueblos Indígenas y los pequeños Estados insulares en desarrollo, que ya soportan las peores consecuencias del cambio climático.
Debemos también proteger la biodiversidad marina, rechazar las prácticas que causan daños irreversibles y cumplir los compromisos adquiridos en el Acuerdo relativo a la Diversidad Biológica Marina de las Zonas Situadas Fuera de la Jurisdicción Nacional.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Océano que comienza mañana será una ocasión vital de promover esas prioridades y renovar el compromiso colectivo del mundo con los océanos.
Insto a todos los Gobiernos y asociados a que se pongan manos a la obra: con ambición, con recursos, con determinación.